lunes, 19 de julio de 2010

El retraso del ocaso

La historia de España ha estado plagada de héroes que lo han dado todo por su país y de otros personajes oscuros, que han conspirado contra todo aquello que se interponía entre ellos y el poder, aun a costa del perjuicio de su propia patria.

Uno de los personajes más funestos para nuestra historia fue Fernando VII. Después de años de conspiraciones contra Godoy y su propio padre, y tras otros tantos aceptando de buena gana las humillaciones de Napoleón, llegó a España como el rey deseado, prometiendo acatar la constitución, "la Pepa". Una vez llegó a Valencia, donde dijo digo dijo Diego: vuelta al absolutismo más rancio. Engañó a todo un pueblo que, deseoso de encontrar un dirigente justo, se dejó engatusar.

Casi doscientos años después España se encuentra de nuevo en una situación delicada. En Cataluña los independentistas ganan terreno, la crisis económica golpea en mayor o menor medida a todos los españoles y, cuando más falta hace, nuestros dirigentes no están a la altura.

Después de un rápido ascenso a la dirección del partido socialista, Zapatero se hizo con la presidencia del gobierno de rebote. Una vez allí se encontró con un equipo joven y, salvo honrosas excepciones, no preparado para hacer frente al gobierno de una nación. Corto de nociones de gestión, pero ducho en habilidades maquiavélicas, se hizo con el control del partido descabezando a aquellos que aunque le ayudaron a llegar al poder pudiesen hacerle sombra.

Su política basada en el talante tiene dos vertientes: la internacional y la de consumo interno. La primera se basa en la cesión sin reparos con tal de llegar a un acuerdo. Da igual que sea malo, el objetivo es acordar. En cuanto a la segunda, el presidente de la sonrisa absurda, se comporta de forma diferente en función de las necesidades. Por una parte, no escatima recursos a la hora de recabar apoyos entre los partidos minoritarios. No hay cesión excesiva, cualquiera vale si con ello se garantiza su continuidad en el palacio monclovita. Sin embargo, para con aquellas cuestiones de estado que necesitan por su embergadura el consenso con el principal partido de la oposición, el talante se convierte en rigidez. Por supuesto el lobo se viste de cordero, acusando a Partido Popular de falta de colaboración o incluso obstruccionismo.

Pero Zapatero ha agotado su crédito, ya no tiene a quién culpar. Ya no está Aznar, ni Bush, no puede acusar a Alemania y a los mercados como meses atrás, ya que dependemos de ellos para salir adelante, y no hay guerra de Irak que echar en cara a la oposición. Sólo queda la crisis y 4 millones de parados. 

Hasta ahora se podía criticar al presidente del gobierno por falta de iniciativa, de cualificación,  de capacidad, de reacción o incluso de pardillo ante la situación actual, pero desde el pasado mes de mayo, Zapatero está aferrado a la presidencia como una auténtica lapa. Después de haber negado por activa y por pasiva cualquier recorte a los funcionarios o congelación de pensiones y afirmado rotundamente que la salida de la crisis sería social, llegan las medidas de sobra conocidas por todos. Paradójicamente, las únicas medidas con las que no ha estado de acuerdo son las que nos han salvado de la quiebra, al menos por ahora. El problema radica, no en la rectificación oportuna, sino en la falta de convencimiento que tiene sobre las mismas. Un presidente que no está de acuerdo con sus propias medidas no puede ser calificado de otra forma que de pelele. Le habría honrado anunciar su dimisión.

Posteriormente, y para salvarse de la quema y conservar apoyos anuncia requiebros sobre la sentencia del TC mediante leyes orgánicas para devolver a Cataluña, o más bien a su clase política, lo que el tribunal declaró inconstitucional, jugando peligrosamente con el estado de derecho y confirmando la tendencia de los políticos españoles a pasarse por el forro aquellas leyes que no son de su agrado. Más inseguridad jurídica para un país que si está falto de algo es de ello, y si no que se lo pregunten a las eléctricas, que han sufrido una descapitalización sin precedentes debido, principalmente, a las ocurrencias del ejecutivo en el ámbito de las renovables.

Ahora, las últimas informaciones apuntan a que se medita poner en peligro el pacto PSE-PPE acordando con el PNV que gobierne la lista más votada en las Diputaciones Forales vascas. En sí la medida no está mal, pero se debería acordar a nivel nacional y no limitarla a un pacto puntual por intereses particulares.

En definitiva, un presidente del gobierno debería anteponer la nación gobernada a su persona y sus intereses. La hora de Zapatero ha llegado, su tiempo ha concluido. Debe ser capaz de retirarse a tiempo, una vez que causa más daño que beneficio. En sus manos está dejar una España tocada o hundida. El tiempo pone a las personas en su sitio.

Dentro de unas décadas, con la perspectiva suficiente, la historia juzgará sus acciones. ZP el deseado, el aclamado en el 2004, podría convertirse en el presidente felón. Si no se va correremos el peligro de vivir otra década ominosa extrapolada al siglo XXI.

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