miércoles, 10 de noviembre de 2010

Philippe l'intimidateur

Esta semana he escuchado mil y un comentarios acerca de la intencionalidad de las palabras de Felipe González cuando afirmó en una entrevista que pudo volar por los aires a la cúpula de ETA y no lo hizo. Algunas opiniones ven en ellas un apoyo a la vieja guardia del PSOE, otras, en cambio, lo definen como un golpe en los testículos de Rubalcaba. Eso sí, todas tienen algo en común: nadie concibe que no lleve implícita una carga política con cierta intencionalidad. 

Yo, que no dudo de la inteligencia de González, pienso que todo es mucho más simple. El revuelo mediático producido es más periodístico que popular. La calle descontó en su momento su participación en los GAL, así que ahora a nadie le sorprende. Incluso intuyo que la mayoría de la gente no lo ha visto como algo excesivamente grave. Actualmente, con la que tenemos encima, ésta es la última de las preocupaciones del ciudadano de a pie.

En mi opinión, la motivación que le indujo a expresarse así no es otra que su ego. Por norma general, y salvo honrosas excepciones, los presidentes españoles se sienten personas por encima del bien y del mal, y González confirma la regla. Me da la impresión de que sus declaraciones, son una fanfarronería motivada por la necesidad de firmar una acción de la que siempre se ha querido desvincular.

Fanfarronería, además, porque es difícil de creer que fuese a volar un edificio en la Francia de Mitterrand

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